Martín Lutero
EL PADRE DE LA REFORMA
Martín Lutero es la figura más destacada del protestantismo. Muy en contra de su voluntad ha dado su nombre a la iglesia madre del protestantismo, la Iglesia Evangélica Luterana. « No llaméis a los que me siguen luteranos », decía, « sino cristianos. En virtud de su gran humildad y de que él ansiaba la sola exaltación de Cristo, no nos sorprende oír de sus labios esta protesta. Pero de igual manera que el nombre de « cristiano » fue usado como señal de desprecio por los enemigos del cristianismo, así el nombre de « luterano » fue usado como señal de desprecio por los enemigos de la Reforma.
DE LA LEY A LA RELIGION
Lutero, hijo de un minero, nació en Eisleben, Alemania, el día 10 de noviembre de 1483. Fue uno de esos niños ambiciosos que tan frecuentemente se levantan con sus esfuerzos propios y su trabajo sobre las limitaciones que las condiciones adversas de familia y hogar imponen. Su deseo de hacerse abogado lo compartía con él su padre, y estaba ya en camino de lograr este deseo cuando Dios le hizo cambiar sus pensamientos hacia la vocación religiosa. Había caminado un largo trayecto desde el humilde hogar de un minero hasta la gran universidad de Erfurt. Sabía de las privaciones que los estudiantes pobres sufren cuando el deseo de educarse los domina. Ahora que estaba ya a la puerta del triunfo la iglesia le llamó y él contestó al llamado.
«No llaméis a los que me siguen luteranos», decía, «sino cristianos»
Se cuenta que Lutero regresaba a la universidad de Erfurt de una visita a su hogar paterno. Una tormenta le alcanzó en el camino y un amigo que viajaba con él fue muerto por una descarga eléctrica. No es fácil separar lo legendario de lo verídico en este relato, pero sabemos que en un momento de gran terror, durante una tormenta, Lutero hizo votos a Santa Ana de que se haría monje si sobreviviese. Aunque sus amigos se disgustaron mucho y su padre tuvo un desengaño que le hizo reprobar a Lutero el resto de su vida, Lutero, sin embargo, cumplió su juramento. Este relato nos trae a la memoria la conversión de Saulo en el camino de Damasco. Otros factores habían estado trabajando en su alma. A ningún joven normal de 22 años le afecta tanto una cosa tal como una tempestad eléctrica hasta hacerle cambiar enteramente el curso de su vida. La tempestad que cambió su propósito en la vida era una tormenta interna dentro de su alma. Los rayos que arrojaron la paz fuera de su corazón eran nubes de culpabilidad, el sentido del pecado. Una terrible epidemia había hecho estragos en Erfurt. La muerte le había rodeado, y se había dado cuenta de que no estaba preparado para enfrentarse con su divino juez. Así, pues, renunció a su carrera mundanal para dedicar su vida entera a la salvación de su alma.
EN BUSCA DE PAZ
Pero la paz interior que buscaba en el monasterio no la encontró. Siguió al pie de la letra las reglas monásticas de los agustinos. Pero los ayunos y los rezos y el estudio incesante no le dieron certidumbre ni alivio a su tormento interno. En días y noches del invierno muy fríos tiritaba en su fría celda; se privaba de comer hasta que, como dijera alguien, «se podían contar sus huesos »; y en más de una ocasión fue hallado desvanecido en el piso de su celda; pero a pesar de todos estos tormentos, la certeza de la salvación no le llegaba. Lutero conocía el hebreo, el griego y el latín. Leía los escritos de los padres apostólicos y estudiaba la Biblia. Consultaba a sus monjes hermanos y a sus superiores. Finalmente, hizo su gran descubrimiento: « El justo vivirá por la fe » (Romanos 1:17), ya su alma vino un alivio que le proporcionó un sentido de seguridad. Le quedaba un largo trayecto que recorrer, pero ya había empezado la jornada. Nosotros, los que tenemos la herencia del conocimiento del misericordioso amor de Dios, no podemos darnos cuenta del gozo que Lutero sintió cuando descubrió que Cristo le había salvado de una vez y para siempre. Era como un prisionero a quien le rompen sus grillos. Podría ahora mirar a Dios sin temor, como el niño a la faz de su padre.
ROMPE CON ROMA
Desde este punto en adelante se acentúa la ruptura entre Lutero y la Iglesia Romana. La visita a Roma del sincero monje alemán en el año 1510 no aumentó su confianza en la iglesia y sus jefes. Un lujo sin precedentes y una hipocresía grosera entre los más altos dignatarios de la iglesia produjeron en Lutero un profundo disgusto. Sin embargo, todavía no había pensado en romper con Roma. Regresó a Alemania y aceptó una cátedra en la Universidad de Wittenberg. Su erudición, acompañada de una sinceridad a toda prueba, le atraían multitudes a sus conferencias, y su popularidad crecía de día en día. Entonces fue que vino la venta de indulgencias. Se alentó a las multitudes a creer erróneamente que las indulgencias eran certificados de perdón de pecados extendidos por autorización papal a tanto por certificado y que el precio dependía de la gravedad del pecado para el cual se buscaba perdón. El mejor vendedor en Alemania era un tal Juan Tetzel. Este Tetzel hubiera sido un excelente propagandista o anunciador en nuestros días, pues usaba de aparatosos medios, tales como procesiones con estandartes y banderas, algarabía e ilimitadas promesas. El dinero recolectado de esta manera iba a ser usado para la construcción de la Iglesia de San Pedro en Roma. La teoría sobre la cual se basaba esta práctica era la de que la iglesia era el guardián depositario de las buenas obras de los santos, y podría acreditarlas a la cuenta de cualquier pecador. Este crédito, desde luego, acortaría materialmente su permanencia en el Purgatorio. A Lutero esto no pareció ser otra cosa que blasfemia y pronto se levantó en abierta rebelión.
NACE EL PROTESTANTISMO
El día 31 de octubre de 1517, fecha conocida como el día del nacimiento del Protestantismo, Lutero formuló su primera protesta. Se acostumbraba en aquellos tiempos usar las puertas de las iglesias para poner avisos, decretos, y cualquiera otra información de carácter público. Así fue que en la puerta de la iglesia de Wittenberg, Lutero clavó 95 tesis o proposiciones para debatirse. Estas tesis, entre otras cosas, contenían un desafío a la teoría y práctica de la venta de indulgencias. Pero tan fuerte ataque retumbó por todo el mundo civilizado, pues la autoridad misma del papa se estaba retando. Tan fuerte desafío no podía pasar inadvertido. Los sucesos llevaron rápidamente a una ruptura con Roma. En junio de 1520, el papa excomulgó a Lutero. Lutero le desafié de nuevo quemando la bula de excomunión en público. Un año después se celebró la dieta imperial en Worms y allí fue citado Lutero para que diese explicación de sus actos rebeldes. Su respuesta al emperador y a los emisarios de la iglesia es uno de los monumentos históricos en la evolución de la libertad religiosa. El espíritu de su respuesta se puede muy bien sintetizar en las siguientes palabras: « A menos que sea convencido por las Sagradas Escrituras u otra prueba irrefutable y clara, no puedo ni me atrevo a retractar nada, pues mi conciencia se halla obligada a la Palabra de Dios. No puedo someter mi fe ni a papas ni a concilios eclesiásticos, pues es sabido que éstos frecuentemente han errado y se han contradicho; tampoco es conveniente ni es cosa segura actuar contra nuestra conciencia. Esta es mi posición, no puedo hacer otra cosa; que Dios me ayude. Amén ». De Worms sus amigos secretamente le secuestraron y le llevaron al castillo de Wartburgo, pues como enemigo de Roma no podía confiar en ninguna promesa de protección ni en salvoconducto alguno de la iglesia. Roma se había inventado la fácil teoría de que un hereje era tal amenaza a la fe que cualquiera estaba justificado en romper las promesas de protección hacia él. En el castillo de Wartburgo, Lutero se entregó completamente a la traducción de la Biblia al lenguaje del pueblo. Tenía la erudición necesaria para tal obra. Ahora tenía también tiempo para hacerlo. Aquí terminó la traducción del Nuevo Testamento. Más tarde, en Wittenberg, con la ayuda de sus amigos, terminó la traducción de toda la Biblia al idioma alemán. Las imprentas no daban abasto a la demanda. El pueblo ahora tenía la Biblia en su idioma vernáculo. Ahora podían comprender las verdades cristianas leyéndolas por sí mismos. Y las artimañas del papado no podían ya engañarlos.
LA CONFESION DE AUGSBURGO
Con el poder de una iglesia sin escrúpulos en contra suya, se necesitaba unión para preservar el nuevo y saludable movimiento reformador. Hasta ahora la situación internacional había favorecido a Lutero. Los ejércitos del emperador habían estado ocupados en otras regiones. Un número de acuerdos fueron tomados por los seguidores de Lutero, pero el que se adoptó en Augsburgo en 1530, conocido con el nombre de Confesión de Augsburgo, fue de todos el más importante. Es el documento que ha unido en una f e común a los luteranos de todas partes y de todas las épocas. Aunque Lutero no estuvo presente en esta ocasión, se mantuvo en comunicación constante con las deliberaciones a través de su amigo y asociado Felipe Melanchton. La Confesión de Augsburgo, por consiguiente, refleja claramente el espíritu y las convicciones de Lutero. Martín Lutero murió el 18 de febrero de 1546, pero su espíritu vive en toda la Iglesia Evangélica , y especialmente en la iglesia que lleva su nombre. Sin un adalid de una fe tan grande como la suya, la Reforma hubiera sido imposible. Un examen de la vida de los dirigentes de la Reforma nos lleva inevitablemente a la conclusión a que llegó Henry van Dyke cuando dijo: « Si Calvino o Erasmo, o aún Knox hubiese sido el propulsor de la Reforma , ésta hubiera sido un fracaso ». Lutero descollaba por encima de éstos y su personalidad sobrepasaba a la de ellos.
Por eso bien merece el título de « Padre de la Reforma ».
GIGANTE INTELECTUAL
Lutero se capta la admiración de todos los que estudian su vida sin prejuicio alguno. Fue un gigante intelectual, un brillante y erudito líder de su época. Su traducción de la Biblia al alemán le coloca como único entre los críticos modernos en su forma de tratar los textos originales y en su interpretación del alma de las lenguas originales. Y esto es más asombroso si se tiene en cuenta que trabajó sin la ayuda de los nuevos descubrimientos y nuevos medios que el crítico moderno posee. Un catálogo de sus libros y folletos muestra un conocimiento vasto y una laboriosidad casi sobrehumana. Cómo este hombre pudo escribir tanto y a la vez dictar conferencias en la universidad, predicar, y dirigir tan sabiamente el movimiento reformador, es verdaderamente un milagro de la gracia divina. Sobre todo, Lutero sabía cómo expresar las grandes y eternas verdades en lenguaje sencillo. Su Catecismo Menor es usado todavía con éxito por los pastores y maestros luteranos en todas partes del mundo. Después de la Biblia , es la obra que más se ha traducido y usado en la cristiandad.
GIGANTE DE VOLUNTAD
Lutero era un gigante de voluntad. La seguridad de su persona le importaba poco cuando urgía la proclamación y la defensa de la verdad. Era en verdad « un héroe vestido de monje ». « Viva Cristo y muera Martín » son palabras que revelan una consagración plena. Si en alguna ocasión tomó decisiones equivocadas lo hizo con toda sinceridad. Lo maravilloso es que con tantas decisiones que tomar y tantas otras cosas que hacer, y cosas tan importantes que decidir, Lutero errara tan poco. Era «una montaña de granito», inexpugnable, y su firme mano y su clara visión eran guiadas por una certeza de roca. Una vez echada la suerte, Lutero jamás vaciló. Su espíritu es un legado de gran valor a nuestra inestable época.
GIGANTE DE ALMA
Lutero era un gigante de alma. Buscaba alivio a las aflicciones deprimentes de una conciencia viva y alerta. Y encontró alivio para sí y para nosotros. Convirtió a su propia alma en el laboratorio en el cual desarrolló la fórmula de paz. Tenía Lutero esa bella sencillez que es la distinción de todas las almas grandes. Amaba a las flores, a las aves, y a los niños. Su vida en el hogar demarcó pautas que bien podrían presentarse como lo ideal para nuestros días, época de tanta necesidad en ese sentido. Su amor a la música le hizo introducir el canto de himnos en el hogar y en la iglesia. Su sentido de buen humor frecuentemente le hizo reflejar la rudeza de la época, pero siempre le ayudó a mantener un juicio equilibrado en todo. Y su sencilla fe en el poder redentor de Jesucristo nunca le abandonó. Fue el nuevo descubridor de la sencillez del cristianismo original. La iglesia que lleva su nombre posee con él una dote espiritual de grandes proporciones.
Extracto de « Bosquejo del Luteranismo », publicado por la Editorial « El Testigo », Puerto Rico, 1941.