Ahí estás en la iglesia. Tu bebé o niño pequeño está inquieto. Tal vez incluso un poco juguetón. Intentas silenciarlos, y nada. Intentas apaciguarlos con comida o juguetes, y nada. Eventualmente, recurres a lo último que querías hacer: los levantas y, ante una audiencia que observa, sales fuera de la iglesia. Todo el tiempo estás un poco avergonzado, tal vez un poco frustrado también. Incluso podrías pensar para ti mismo: “No tiene sentido venir a la iglesia. No obtengo nada porque tengo que cuidar constantemente a mi hijo”.

Quiero que ustedes, madres y/o padres, sepan cuán alentador son sus hijos para muchos en nuestra congregación. La anciana que a menudo se siente sola sonríe cuando te ve luchando con tu pequeño. Ella ha recordado lo mismo que le sucedió a ella. Ella sabe lo difícil que puede ser, pero sonríe porque revivir eso le trae recuerdos preciosos. Ver a los padres jóvenes y sus hijos pequeños le alegran su día; puede que haya recibido malas noticias sobre su salud, pero ver la vitalidad de los jóvenes elimina, aunque sea por un momento, sus temores. El hombre mayor que siempre parece estar malhumorado también te nota. Siempre está hablando de cómo los niños en este día no tienen respeto ni sentido de la bondad, no se les lleva al encuentro con el Señor desde niños. Pero te ve a ti, una familia joven, en la iglesia todas las semanas como un reloj. Y con esto le das la esperanza de que tal vez la congregación (o la Iglesia misma) no esté condenada a desaparecer después de todo, porque todavía hay padres jóvenes que aman a Dios lo suficiente como para llevar a sus hijos inquietos a la iglesia.

Querido padre, querida madre: ¡Trae a tus hijos a la iglesia! Si no escuchamos el llanto, la iglesia se muere. Por muy difícil que sea para ti, sigue haciendo lo que estás haciendo. Eres un estímulo y estás iniciando la vida de tus hijos como se debe. Enseñándole que es Jesús en su vida.

Escrito por el pastor José Luis de Miguel, presidente de la Iglesia Luterana Española